Gira tu vida. Noviembre

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El regreso de las buenas costumbres

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Dos años de confinamiento y vida virtual fueron suficientes para borrar muchas de las buenas y sanas costumbres de convivencia. Mientras que las relaciones mediante una pantalla y dispositivos electrónicos permitieron relajar un poco la rutina y las fórmulas sociales, al trabajar desde casa en pijamas, se borraron poco a poco los límites. Un primer ejemplo son los horarios corridos, donde hábitos como comer, socializar e incluso descansar perdieron forma, al ganar terreno el contacto virtual, el seguimiento de objetivos y generar métricas positivas en todos los ámbitos de trabajo.

La vida laboral se convirtió para una gran parte de la población en una extensión permanente dentro del espacio doméstico, donde aprendimos a sortear dificultades cotidianas a la par que laborales con los mismos recursos. Estos recursos, por cierto, son evidencia de la gran capacidad de adaptación con que contamos. El confinamiento solo hizo evidente, la constante del cambio. Es ahí donde las normas y regulaciones sociales alcanzaron un alto índice de flexibilidad, amoldándose de tal manera a las múltiples exigencias tanto del trabajo como de la vida personal. Como resultado, la forma híbrida de relacionarnos modificó las normas de cortesía y de cuidado del otro; este Ethos que cuida, del que Boff habla con tanto acierto.

Desaparecieron entonces los límites entre lo publico y lo privado, los espacios personales y las horas “correctas” para hacer llamadas o enviar mensajes, puesto que el mundo virtual existe de manera continua 24/7 y al parecer cada persona cuenta con un teléfono móvil o algún dispositivo de comunicación. La comunicación pierde en esta transición su función de intercambio, para convertirse en una herramienta de una sola vía: los correos electrónicos, los mensajes de texto o de voz, las solicitudes por todos los medios llegaron a ocupar elespacio de lo privado, con una exigencia cada vez más intensa para ser tomados en cuenta. El día y la noche aparentemente perdieron su significado y cualquier momento es bueno para irrumpir en la vida del otro.

Imagen de Çiğdem Onur en Pixabay

Cuando de irrupciones se trata, otra de las normas de cortesía entendidas en el intercambio social prepandemia, era la normativa de esperar al otro a que finalizara la actividad en curso para entablar una conversación, solicitar algo o simplemente saludar. La virtualidad, que permite una cantidad ingente de ventanas abiertas simultáneamente con conversaciones con distintas personas al mismo tiempo, deja su huella en el regreso a la normalidad. Cuando era impensable interrumpir, por ejemplo,  a un profesor mientras comía y conversaba con su acompañante, hoy cualquier estudiante con una duda se sienta frente a él para cuestionar el modelo de evaluación. Sin saludar, sin una frase cortés, sin importar nada más que la atención que requiere para sí mismo y la respuesta inmediata a la que una pantalla lo acostumbró durante dos años. Esto no significa que hayamos olvidado las reglas básicas de educación, creo es una situación más compleja, olvidamos la presencia del otro como un ser presente.

Esta es solo una reflexión inicial, y me lleva a pensar en el verdadero alcance del cambio que produjo la pandemia y el confinamiento, despersonalizarnos, desensibilizarnos ante el otro y sus espacios, perder de vista que las relaciones humanas requieren de tiempo y de cuidado, pero por encima de cualquier otra cosa, requieren de respeto.

Taller Seguir sin ellxs

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Observa, sonríe

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Encontrada en Pexels (desde Pixabay)

Existe un ejercicio muy simple de comunicación, es fácil pero algunas veces lo olvidamos por completo, tal vez porque pertenece a un momento de la historia del hombre muy lejana… la era pre-teléfonos celulares (móviles).

Este ejercicio se llama observar y tiene como finalidad ver, ver a las otras personas principalmente, verlas en serio, conectar durante unos segundos la mirada con quien está enfrente de mí.

 

office-336368_960_720             En un mundo interconectado 24/7, la velocidad con la que nos encontramos con otras personas es inaudita. Hacemos «amigos» en redes sociales con mucha facilidad, conectamos con el mundo entero en cuestión de segundos ¡y la verdad es que eso es una maravilla! La cuestión es que olvidamos los nombres de las personas a nuestro alrededor o desconocemos la cara de nuestro vecino.

La mayor parte del tiempo nos desconectamos… Seguimos un pequeño patrón, funcional y concreto para las conversaciones triviales del día a día:

-Hola, qué tal ¿cómo estás?

-Bien gracias ¿y tú?

-Bien…

Todo esto, así como de paso, sin detenernos, para cumplir pues con el requisito de «encontrarme» con el otro.

¿Qué pasaría si observo y sonrío?

Ese mínimo espacio de comunicación cambia lo que sucede entre dos personas. Me conecto contigo desde la mirada, pero una buena mirada: observarte, ver cómo reaccionas ante mi presencia, ante lo que soy y represento y lo que puede significarte lo que te devuelvo, como una sonrisa. Y funciona igual del otro lado.

Sonreír y mirar a los ojos al otro es un comienzo, lleva a un encuentro real, donde otra mirada me devuelve mi propia presencia y me hace sentir realmente conectado.

Te propongo un ejercicio muy sencillo, ahora que estamos en el camino de los buenos propósitos del año. Un día, observa a las personas con las que te relacionas, míralas a los ojos y sonríe. Llámalas por su nombre y sonríe. Agradece un servicio viendo al otro a los ojos y sonríe. Verás que ese pequeño gesto cambia tu día y el día de la otra persona.

Porque en un mundo hiper-comunicado por medio de aparatos tecnológicos, sonreír, continua siendo una respuesta verdadera del encuentro humano.

¡Sonríe!

 

 

 

 

 

 

 

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